Repaso de las bienaventuranzas: una filosofía del vivir

(Transcripción y adaptación de una presentación virtual dada en el 24-hour Online Urantia Event el 21 de marzo de 2020)

Era la tarde de mediados de enero del año 27 d.C. cuando Jesús llamó a los apóstoles desde sus redes de pesca cerca de las costas de Galilea y los llevó a las tierras altas al norte de Cafarnaúm. Los doce elegidos estaban a punto de ser ordenados como predicadores públicos del evangelio del reino. Mientras Andrés, Simón Pedro, Santiago y Juan Zebedeo, Felipe, Natanael, Mateo, Tomás, Santiago y Judas Alfeo, Simón el Zelote y Judas Iscariote estaban sentados alrededor de Jesús, les dijo:

Y no será tanto por las palabras que diréis, sino más bien por la vida que viviréis, como los hombres sabrán que habéis estado conmigo y que habéis aprendido las realidades del reino. [Documento 140:1.7, página 1569.4]

Entonces los doce se arrodillaron en círculo a su alrededor y Jesús los ordenó a cada uno en una ceremonia solemne y sagrada poniendo los asuntos de la fraternidad divina de los hombres bajo la dirección de unas mentes humanas [140:2.3].

A continuación Jesús les dijo:

Bienaventurados los pobres de espíritu, los humildes, porque de ellos son los tesoros del reino de los cielos.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la Tierra.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Y decid también a mis hijos estas palabras adicionales de consuelo espiritual y de promesa:

Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán el espíritu de la alegría.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Consideraos bienaventurados cuando los hombres os injurien y os persigan, y digan falsamente toda clase de mal contra vosotros. Regocijaos y alegraos en extremo, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

[Documento 140:3, página 1570]

Jesús comenzó su enseñanza pública con la ordenación de sus doce apóstoles, y las bienaventuranzas formaban parte de su sermón de ordenación. Luego, más de tres años después, en una luminosa tarde de abril del año 30 d.C., Jesús se apareció en forma moroncial ante los once apóstoles restantes y recreó la escena de la ordenación antes de ascender al Padre. Jesús comenzó y terminó su enseñanza con las bienaventuranzas, lo que sugiere que deben ser pautas importantes para vivir nuestra vida diaria.

Las bienaventuranzas no son el evangelio de Jesús, sino una filosofía de vida. El evangelio que Jesús predicó durante tres años sobre el terreno es simple: la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres. El Padre Universal es nuestro creador y la fuente de todo lo que es real. Nuestro Padre Creador es espíritu, y por lo tanto la verdadera realidad es espiritual.

Nuestros cuerpos físicos son herramientas temporales de aprendizaje, son mecanismos bioquímico-energéticos vivos y finamente equilibrados. Nuestras formas físicas vienen en varios géneros, formas y colores de piel. Y como mecanismos físicos, químico-energéticos, están sujetos a enfermedades, a los accidentes del tiempo y a los cambios del envejecimiento. El mecanismo físico acaba por desgastarse y morir, pero la personalidad que usó ese cuerpo material no muere. El libre albedrío nos permite creer lo que queramos, pero no tenemos el poder de cambiar la realidad de lo que nuestro Padre creó.

«Pues en él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser». Lo que Dios crea no puede morir a menos que él lo quiera, y es la voluntad del Padre que ni siquiera uno de sus amados hijos se pierda. ¿Cómo podría ser su voluntad perder parte de sí mismo? Nosotros, que somos pensamientos de Dios, nunca hemos sido una mera forma física. Dios es el Creador, y de él venimos a la existencia. Nuestras personalidades son otorgadas por la Fuente de toda personalidad, Dios Padre. Somos hijos de Dios. Si aceptamos esta realidad, entonces viviremos nuestra vida diaria de tal manera que representemos esa realidad a los demás, y responderemos a los demás reconociendo que también son los hijos de Dios y nuestros «hermanos» en la familia de nuestro Creador.

A través de nuestra respuesta a las experiencias grandes y pequeñas de la vida mostramos que hemos aceptado nuestra verdadera naturaleza y nos esforzamos por comenzar el viaje para «ser perfectos como nuestro Padre del cielo es perfecto». Dios no espera que alcancemos la perfección en esta vida en la tierra, solo que lo amemos lo suficiente para comenzar el viaje mental y espiritual hacia él, y que abracemos la meta de la fusión de la personalidad con el regalo espiritual que el Padre nos ha dado a cada uno: nuestro Ajustador del Pensamiento.

Recordemos que Judas Iscariote tuvo tres años de enseñanza personal y asociación íntima con Jesús. Fue un apóstol elegido y ordenado. Junto con los otros once apóstoles, Judas enseñó sobre el reino de los cielos durante tres años completos. Fue testigo personal de los numerosos milagros de Jesús, incluso de la resurrección de Lázaro de entre los muertos. La historia de Judas es un buen recordatorio de que nosotros y nadie más que nosotros elegimos nuestras actitudes y nuestros objetivos en la vida. Nosotros y nadie más que nosotros estamos a cargo de entrenar nuestras mentes para alinearlas con el espíritu de Dios que habita en nosotros. El libre albedrío es verdaderamente soberano. Dios mismo no interferirá en nuestra elección de libre albedrío para aceptar o rechazar la verdadera realidad. Nos han dado guía y consejo: el regalo personal de Jesús del Consolador, el Espíritu de la Verdad, y el regalo de Dios Padre de un fragmento de su espíritu, el Ajustador del Pensamiento, así como el posterior ministerio de los ángeles, y mucho más. Y ahora también nos han dado el regalo de la quinta revelación de época. Depende de nosotros elegir alinear o no nuestra mente con la voluntad del Padre y vivir nuestra vida en consecuencia.

Jesús, que era tan plenamente humano como nosotros (además de un ser divino), y que vivió entre las gentes del siglo I como uno de ellos, sabía por experiencia personal del abuso verbal, el ridículo, los chismes, la traición, la injusticia, la desesperanza, los malentendidos e incluso del abuso físico. Sin embargo sigue diciendo que el camino hacia una vida pacífica y feliz en todas las circunstancias es amarse unos a otros como él nos ha amado. Incluso con el dolor físico de los clavos que le agujerean las manos y los pies, Jesús dice: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Como en toda su vida, Jesús nos enseñó con palabras, hechos y finalmente un ejemplo dramático que no importan las provocaciones; como hijos de Dios debemos responder a nuestros hermanos con amor y perdón.

Las bienaventuranzas son una actitud que cultivar —una filosofía del vivir diario— pero la forma en que están redactadas es más del siglo I que del siglo XXI. Por lo tanto, vamos a revisarlas y reformularlas en lenguaje moderno. Las primeras cuatro se refieren al cultivo de actitudes de fe, nuestra actitud hacia Dios y la Verdad.

Bienaventurados los pobres de espíritu, los humildes

Esto puede ser mejor expresado como: Bienaventurados los de mente abierta, los enseñables y los que buscan la verdad.

Hay una razón por la que Jesús comenzó así las bienaventuranzas. Debemos estar dispuestos a abrir nuestras mentes al crecimiento espiritual y al cambio. Cuando Jesús estuvo en Roma, él y Ganid se encontraron con un hombre que no estaba hambriento de verdad y Jesús no entabló conversación con él. Dijo a Ganid: No se puede revelar a Dios a los que no lo buscan; no se puede conducir a las alegrías de la salvación a un alma que no lo desea. [Documento 132:7.2, página 1466.2] Hemos de QUERER aprender para crecer en espíritu. Nuestras vidas serán más felices si aceptamos que somos «pobres de espíritu», que necesitamos buscar verdades intelectuales y espirituales.

No se puede enseñar a los que creen que tienen todas las respuestas, por eso Jesús dijo que deberíamos «ser como niños». Los niños reconocen que no entienden lo que perciben, así que preguntan qué significa. Las mentes de los niños son maleables, enseñables: quieren aprender. Saben que no tienen todas las respuestas. Los niños quieren encontrar la forma correcta de hacer las cosas. Tener una mente abierta es también estar dispuesto a admitir que hemos cometido un error y volver a intentarlo con alegría. Debemos querer aprender y crecer espiritualmente.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados

Podría expresarse como: Bienaventurados los que quieren buscar la voluntad de Dios y hacer lo correcto.

Nos han dado una guía perfecta, nuestro Ajustador de Pensamiento. La fuerza de Dios vive dentro de nosotros solo si estamos dispuestos a poner nuestra mente bajo la dirección del Espíritu Santo. Debemos estar seguros de que si estamos dispuestos a buscar el camino correcto, lo encontraremos. «Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá…». Necesitamos entrenar nuestra mente para que esté abierta y buscar el avance que tenga más amor. Esta bienaventuranza nos pide que «busquemos la voluntad del Padre» antes de actuar.

Cuando otro hijo de Dios nos ataca verbalmente es importante no ceder a la tentación de responder con ira. Recordando en el calor del momento quiénes somos y quién es nuestro hermano, responderemos con la fuerza espiritual del amor y la compasión. Si tratamos de buscar la voluntad de Dios antes de actuar, encontraremos las palabras y pensamientos apropiados.

Puede ser divertido tratar de encontrar la forma correcta de responder a una situación difícil. Hay una enorme sensación de felicidad, de rectitud, cuando sabemos que hemos hecho lo mejor que podíamos hacer. Pero es difícil recordar preguntarnos cuando nos enfrentamos a una persona enojada: «¿Cómo respondería Jesús? ¿Cuál es la voluntad de Dios en este caso?». Percibir la necesidad de amor en el que nos ha atacado y estar decidido a proporcionar el amor que obviamente necesita para aliviar su dolor es experimentar el triunfo espiritual del amor. Hemos de tener hambre, de querer esa forma correcta de vivir cada día. Sin embargo, si intentamos buscar la voluntad de Dios antes de actuar añadiremos una alegría inmensa a nuestra vida diaria, estaremos llenos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la Tierra

Podría expresarse como: Bienaventurados los que cultivan la confianza en Dios.

Esta bienaventuranza se refiere a nuestra fe en un universo amistoso. La mansedumbre en este sentido no se refiere al miedo, sino más bien a la confianza en que todas las cosas funcionan para el bien en un universo cuya Primera Fuente y Centro es la bondad absoluta. Es una actitud de cooperación con el plan de Dios. Esta actitud de fe parece ser la más difícil de aceptar en nuestra cultura de búsqueda de hechos. No tenemos que controlar cada resultado. Y tendemos a tener una visión finita y a corto plazo. Que no podamos ver el final desde el principio no debería disminuir nuestra fe en el cuidado de nuestro Padre del cielo. Tenemos que ser pacientes y confiar en que Dios tiene en cuenta nuestros intereses a largo plazo, sin importar cómo se vean las cosas en el presente. ¿No tenemos en el corazón el mejor interés de nuestros propios hijos cuando planeamos las cosas? Cuánto más nuestro padre perfecto tiene cerca de su corazón nuestros mejores intereses. Necesitamos confiar en él. El amor es más poderoso que el miedo, y el amor aplicado con inteligencia puede disolver el miedo.

Nada existe fuera de la realidad de Dios, toda la realidad física y toda la realidad espiritual existe dentro de Dios. En él vive, se mueve y tiene su ser todo el universo. Dios es Espíritu y Dios es Amor.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios

Podría expresarse como: Bienaventurados los que confían en los demás de manera natural, porque adquirirán visión espiritual.

Es importante desarrollar una actitud de confianza mutua para hacer lo correcto, en lugar de sospechar con cinismo que la gente quiere quitarnos algo o engañarnos. Esto parece una buena idea hasta que alguien nos ataca. En nuestra época y cultura, los ataques suelen ser más verbales que físicos. Nuestra respuesta instintiva humana suele ser la ira y el deseo de venganza. Cuando nos sentimos heridos por alguien, queremos devolverle el daño. En nuestra mente humana, la justicia y la equidad parecen exigir que respondamos de la misma manera: «ojo por ojo y diente por diente». Sin embargo, muchos hemos tenido suficientes experiencias en la vida para saber que si cedemos a esta idea nuestros problemas profesionales y de relaciones no harán sino aumentar. Dios no nos pide que dejemos de pensar sino que, como hijos suyos, apliquemos su don de ayuda espiritual a la situación en cuestión. El amor puede ser inteligente.

No hay un solo instante en el que no seamos hijos de Dios, ni un instante en el que nuestro hermano no lo sea. Para darnos cuenta de que somos hijos de Dios debemos extender esa creencia a otros, para ver a Dios dentro de ellos a pesar de su comportamiento y en cualquier momento. No importa lo que creamos, no podemos cambiar la realidad. Somos hijos de Dios y también lo son nuestros hermanos, incluso cuando percibimos que se están portando mal. Cuando buscamos lo mejor en nuestros semejantes lo encontraremos en ellos y en nosotros mismos. Podemos inspirar a los demás por nuestra confianza en ellos para que vivan a la altura de su máximo potencial. La verdad siempre es más fuerte que el error. Hay que esperar a ver lo bueno en los demás.

No hacemos mejores a los demás diciéndoles lo malos que son, y eso es especialmente cierto para nuestros hijos. Cuando adquirimos visión espiritual amamos a los demás con un amor paternal, como Dios los ama. El mandamiento final que Jesús dio la noche antes de morir fue «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» [180:6.0, negrita añadida]. Decidámonos a entender y experimentar a nuestros hermanos como hijos amados de Dios, sin tener en cuenta su comportamiento.

Las cuatro siguientes bienaventuranzas señalan las reacciones de un amor paternal, un amor como el de Jesús, hacia los demás.

Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados

Podría expresarse como: Bienaventurados los compasivos, porque alcanzarán una alegría auténtica y duradera.

Es importante cultivar la sensibilidad hacia las necesidades de los demás. Tener una actitud emocional de ternura de corazón hacia los demás es el camino a la alegría. A medida que crecemos desde la infancia hasta la edad adulta, tanto física como espiritualmente, debemos tratar de expandir nuestra consciencia para incluir las necesidades y deseos de los demás. Como adultos nos damos cuenta de que para amar verdaderamente a alguien o incluso para ser amigo de otro debemos ser conscientes de sus deseos y necesidades. «¿Cómo puedo ayudar?» es el enfoque que queremos tomar con los demás. La bondad instintiva protegerá nuestra alma de las influencias destructivas del cinismo y la sospecha.

Enseñamos lo que aprendemos. Si reaccionamos con ira a un ataque verbal, estamos enseñando la ira. Eso no es lo que un hijo de Dios quiere enseñar. Si olvidamos por un momento quiénes somos, solo digamos mentalmente «glups» y preguntemos al Ajustador de Pensamiento qué vamos a hacer. Admitamos nuestros errores, aprendamos de ellos y sigamos adelante con valentía espiritual, decididos a responder con amor la próxima vez. Tenemos el poder de Dios, el espíritu del Padre dentro de nosotros. Solo tenemos que recordar pedir ayuda cuando llegue el desafío.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Esta bienaventuranza no necesita expresarse con otras palabras. El perdón y la misericordia son reacciones activas, no pasivas, a las injusticias de la vida.

Por supuesto, nos encontraremos con injusticias, abusos verbales, cobardes ataques verbales, malentendidos, tal vez incluso lesiones físicas. Este es un mundo imperfecto lleno de seres imperfectos. Los hijos de Dios están en un viaje hacia la perfección espiritual. Ninguno de nosotros ha llegado todavía. Nuestro Padre perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Dios, como nuestro Padre perfecto, nos perdona al instante siempre que cometemos un error. Sin embargo no nos sentiremos perdonados, no podremos acceder a su perdón hasta que perdonemos a aquellos a los que guardamos rencor.

En la realidad espiritual, dar y recibir es lo mismo. No podemos dar lo que no tenemos, pero para darnos cuenta de que lo tenemos debemos dárselo a otro. La realidad espiritual tiene reglas, igual que la realidad física tiene reglas. El amor solo incluye, nunca excluye. No podemos dar lo que no tenemos y por eso hemos de reconocer a los demás seres humanos como hijos de Dios y así creer verdaderamente que somos hijos de Dios, santos, bellos y buenos como nuestro Padre nos creó. Para darnos cuenta de la verdad de que «soy un hijo de Dios» debemos creer que el Padre también ama a nuestros hermanos.

Dios solo da su amor y misericordia, no puede dar lo que no es. Dios es amor, luego la realidad espiritual solo puede funcionar si se regala. El amor solo incluye, nunca excluye.

Cuando perdonamos una herida percibida recordamos quiénes somos, hijos de aquel que es misericordioso. Si respondemos a un ataque verbal con otro ataque verbal defensivo propio hemos olvidado por un momento quiénes somos. Si alguien nos ataca verbalmente suele ser porque teme que no se le aprecie lo suficiente.

Hay tres maneras de reaccionar a ese tipo de ataque de furia y miedo:

Primero, podemos intentar defendernos respondiendo al ataque. Mala jugada, ya que eso no solo valida el ataque sino que muestra que realmente creemos que pueden atacarnos. Como hijos de Dios no nos pueden herir realmente, en especial mediante hondas y flechas verbales. Segundo, podemos retirarnos del encuentro si reconocemos que no podemos atacar con eficacia.

Sin embargo, el tercer método es el más productivo. Si en ese instante somos conscientes de nuestra realidad como hijos del Dios del Amor, podemos responder al miedo al otro con el poder del Amor de Dios. Dejemos que fluya a través de nosotros hacia nuestros hermanos y así nuestro amor y compasión puede disolver el miedo que está causando el ataque equivocado de un hermano y ayudarle de verdad a darse cuenta de quién es, hermano en el amor de nuestro Padre. El amor disuelve el miedo. La verdad es más fuerte que el error. La paz mental es nuestra si la pedimos, pero para conseguirla no podemos contener nuestra misericordia por ninguna razón.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Una vez más, esta bienaventuranza no necesita expresarse con otras palabras. ¿Qué podría ser mejor que ser reconocido como hijo de Dios, como alguien que honra el nombre de su Padre? Esta bienaventuranza se refiere a una actitud mental de cultivo de la paz. Cuando permitimos que nuestra mente albergue miedo e ira, deja de funcionar como Dios la creó y no podemos pensar con claridad. Solo nosotros tomamos la decisión de permitir que el resentimiento y la ira residan allí, nadie tiene el control de nuestros pensamientos excepto nosotros. Hemos de recordar que el libre albedrío es soberano. Cuanto más tiempo nos dejemos llevar por estos pensamientos conflictivos, menos podremos encontrar una solución clara a nuestros problemas. Simplemente no podemos usar nuestra mente correctamente a menos que se use como nuestro Padre la creó: de manera pacífica, con amor y en equilibrio inteligente.

La mente debe unirse al espíritu para que encontremos el camino correcto a través de las diversas crisis de la vida. Jesús prometió: «Mi paz os dejo». Podemos pedir en cualquier momento que la mente que estaba en Jesús nos ayude. Él nos ha enviado el Consolador, el Espíritu de la Verdad. Todo lo que tenemos que hacer es pedir la paz de Dios y preparar nuestras mentes para que el Espíritu de la Verdad pueda entrar, y entonces seremos realmente capaces de equilibrar toda nuestra personalidad y brillar como los «hijos de Dios» que realmente somos.

Consideraos bienaventurados cuando los hombres os injurien y os persigan, y digan falsamente toda clase de mal contra vosotros. Regocijaos y alegraos en extremo, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

Podría expresarse como: Bienaventurados los leales a la verdad, la belleza y la bondad, pues suyo es el reino de los cielos.

El evangelio de Jesús no es para cobardes. Él nos dice:

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os utilizan con malicia. Haced por los hombres todo lo que creéis que yo haría por ellos [Documento 140:3.15, página 1571.2].

Cuando alguien nos insulta o cuenta chismes a nuestra espalda y nos causa un grave daño profesional o en nuestras relaciones, se supone que debemos responder con amor y perdón. Ese tipo de respuesta al abuso verbal o físico de los demás es difícil de practicar, ya sea individualmente o en un grupo social. Se necesita valor espiritual y conciencia mental para elegir una respuesta inteligente con amor frente al abuso verbal, y práctica diaria. Cuando alguien nos grita blasfemias mientras conduce, nuestra pareja nos grita en casa, o el jefe nos denigra en el trabajo, es muy difícil incluso recordar que somos hijos de Dios, y mucho menos que el Padre ama también a la persona que nos grita.

A veces nos sentimos temerosos y enojados. Estamos tensos y frustrados, sentimos que no se nos aprecia lo suficiente en el trabajo, o nos quedamos atrapados en un atasco de tráfico de camino a casa. Luego, cuando llegamos a casa, encontramos alguna cosita fuera de orden, explotamos y descargamos nuestras irritaciones en otra persona. ¿Te resultan familiares esos escenarios? Sin embargo, en nuestra respuesta a estos pequeños desafíos en las situaciones es donde afinamos nuestras habilidades espirituales y mentales para hacer frente a los problemas más grandes de la vida.

Esta bienaventuranza es una llamada a ser fieles a la Verdad, a Dios, frente a la oposición. Nos anima a cultivar una fuerte lealtad y confianza en lo que sabemos que es lo mejor y más alto dentro de nosotros. El ridículo y la sensación de que no se nos aprecia lo suficiente son a menudo los desafíos más duros a esa lealtad. Sin embargo, no necesitamos una lealtad ciega o estúpida, sino la que ha buscado con humildad la voluntad del Padre en una situación particular y permanece abierta a una respuesta inteligente y de amor hacia nuestros hermanos.

Incluso si nos atacan físicamente debemos saber que nuestra verdadera identidad no es nuestro cuerpo, nuestra verdadera realidad no puede ser atacada físicamente porque somos una creación de Dios. Nuestra realidad existe dentro de la mente del Amor puro. Nada real puede ser amenazado, nada irreal existe. Aquí está la Paz de Dios.

Si somos ridiculizados, reaccionemos con perdón y amor.

Si somos tratados injustamente, reaccionemos con perdón y amor.

Si nos sentimos solos y abandonados, recordemos que Dios siempre está dentro de nosotros y que existimos dentro de él. «En él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser». No podemos ser abandonados.

Luego estas son las bienaventuranzas con otras palabras:

  • Bienaventurados los de mente abierta, los que se pueden enseñar y los que buscan la verdad.
  • Bienaventurados los que quieren buscar la voluntad de Dios y hacer lo correcto.
  • Bienaventurados los que cultivan la confianza en Dios.
  • Bienaventurados los que confían en los demás de manera natural, porque adquirirán visión espiritual.
  • Bienaventurados los compasivos, porque alcanzarán una alegría auténtica y duradera.
  • Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
  • Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios..
  • Bienaventurados los leales a la verdad, la belleza y la bondad, pues suyo es el reino de los cielos.

Decidamos practicar estas actitudes y preparar nuestra mente mediante la oración para que en cada desafío ante las situaciones de la vida recordemos quiénes somos: hijos amados de Dios, que es Amor. Entonces podremos responder verdaderamente a cada experiencia como hijos del Padre y hacer honor a nuestro Creador en nuestra vida diaria.

Nuestro Padre nos pide que vayamos por la vida «haciendo el bien». A medida que las pequeñas expresiones de su amor fluyen a través de nosotros hacia los demás, somos más conscientes del amor que existe dentro de nosotros. A diferencia de las cosas físicas, los intangibles del amor, la comprensión, la bondad, el coraje, la lealtad y la confianza solo aumentan si se regalan. Para saber que tenemos amor hemos de regalarlo.

«… por la vida que viviréis… los hombres sabrán que habéis estado conmigo y que habéis aprendido las realidades del reino». [Documento 140:1.7, página 1569.4]

Con los desafíos que trae el siglo XXI estas pautas para la vida están aquí para que las recordemos mientras nos dedicamos a nuestra vida diaria.

Así como enseñamos el amor, también aprenderemos que somos hijos de Dios creados a imagen de su amor. Con nuestros esfuerzos diarios para alinear nuestras mentes con el espíritu de Dios que habita en nosotros, mostramos nuestra lealtad a lo que es más alto y mejor dentro de nosotros.