La salvación no se compra

Puede que los lectores de El libro de Urantia quieran saber de mi nuevo libro, Salvation Not Purchased: Overcoming the Ransom Idea to Rediscover the Original Gospel Teaching (La salvación no se compra: superar la idea del rescate para redescubrir las enseñanzas originales del evangelio) (Cascade Books, 2020).

Hace unos treinta años me fijé en que El libro de Urantia se vuelve muy apasionado cuando trata sobre la doctrina de la expiación cristiana. Los narradores del libro señalan que ciertos «serafines contribuyen a reemplazar, como filosofía de la supervivencia de los mortales, la idea de la expiación por el concepto de la sintonización con lo divino» (Documento 39:5.6, página 437.5). En consecuencia, tomé la decisión de estudiar y escribir sobre el desarrollo del pensamiento de la expiación.

Obtuve un doctorado en teología paulina en la Universidad de Durham y ahora soy pastor de la Iglesia Unida de Cristo. He escrito varios libros académicos sobre la expiación. Salvation not Purchased es una versión más corta y está dirigida a pastores cristianos y a laicos.

Con el uso de la Biblia, muestro cómo la idea de comprar sangre está muy alejada de las enseñanzas de Jesús sobre cómo el amor de Dios llega a los puros de corazón sin ningún pago sacrificial. Examino el uso de las metáforas de expiación de Pablo y cómo los escritores posteriores tomaron sus metáforas al pie de la letra y crearon una doctrina sobre el pago a Dios. Escribo: «Las enseñanzas de Jesús van en contra de la noción de que no habrá salvación hasta que haya derramado su sangre. Dios no necesita ser pagado o persuadido». (página 4).

He creado un sitio web de mi libro: https://www.salvationnotpurchased.com/

Atentamente,

Dr. Stephen Finlan
Pastor en The First Church of West Bridgewater

“Stephen Finlan ofrece una lúcida y exhaustiva crítica a la idea de que ‘Cristo murió por nuestros pecados’ es un principio central del cristianismo. . . Una lectura provocativa e iluminadora para pastores y cristianos laicos por igual.»

—HAROLD W. ATTRIDGE, Yale Divinity School